sábado, 31 de agosto de 2013

Molina Campos en La Plata


Bastante más que el autor de los gauchos de ojos saltones que poblaron los almanaques de Alpargatas, Florencio Molina Campos tuvo una personalidad llena de matices: caricaturista o pintor, amante del campo, organizador de tertulias en el Café Tortoni, publicista, ocasional modelo publicitario (para un aviso de Martini), y amigo de Rita Hayworth y de Don Segundo Sombra. Hasta el jueves 19, los personajes pampeanos de Florencio Molina Campos se instalan en el Teatro Real Argentino de La Plata: Molina Campos en La Plata incluye 225 obras, algunas recién llegadas de Estados Unidos y Alemania. La mayoría, provenientes de una gira argentina que empezó en 1996.

“La muestra ya fue vista por tres millones de personas en todo el país. En cinco días tuvo aquí 5000 visitantes”, anuncia Ignacio Gutiérrez Zaldívar, propulsor de la exposición.
En el subsuelo de la sala platense (Avenida 59, entre 9 y 10), esculturas en tamaño algo más grande que el natural señalan la colección completa de calendarios, una obra de su infancia, otras sobre boxeo y polo, paisajes, y tiras de humor gráfico hechas para La Razón, consideradas antecesoras de Los Picapiedras: cavernícolas que usan de aserradero la cresta de un dinosaurio o que piden güeya en una carrera de bicicletas con troncos en lugar de ruedas.
En un rincón se puede jugar al sapo; en otro, ver en video una recreación de su trabajo, y en las vitrinas esperan fotos y documentos. También se puede poner la cara en el hueco de la gigantografía Mirá lo pacarito, nena, y sacarse una foto.
Historieta
“Sus almanaques fueron el éxito más grande de la historia de la publicidad argentina”, señala Gutiérrez Zaldívar, que también es autor de un libro sobre la vida de Molina Campos. Aunque los coleccionistas fueron reacios a colgar originales en sus livings, 18 millones de copias adornaron almacenes, ranchos y estaciones de todo el país, por lo que se ganó el título de artista del pueblo. Su personaje Tileforo Areco se hizo tan entrañable que durante unos meses Molina Campos le prestó su voz para que asomara en Radio Splendid.
En su libro, Gutiérrez Zaldívar cuenta que Molina Campos era malo en los negocios, tuvo sueldos modestos, por momentos le costó vender sus obras, y su mujer –Elvirita– siempre dio clases de canto y francés. Fue empleado de Correos y Telégrafos, trabajó en el campo y, aunque no tenía título, dio clases de dibujo en el colegio Nicolás Avellaneda, donde tuvo de alumno al actual juez Carlos Fayt.
Sus comienzos en Alpargatas fueron como empleado de la sección Propaganda. Con el tiempo, viajó en Volvo por Europa, tuvo casas en Estados Unidos, y recorrió el interior en carpa en busca de temas para su obra. Y construyó con sus propias manos el rancho Los Estribos, en Moreno, que en 1955 devino escuela y lleva su nombre.
Pero el glamour no le fue ajeno: compartió un viaje en barco con John Wayne y una gala con Charles Chaplin. El músico Xavier Cugat y los actores Rita Hayworth y George Sanders lo visitaban en Los Angeles. Le regaló obras a Franklin D. Roosevelt, y en Washington se formó el Club Molina Campos, que incluyó a Nelson Rockefeller entre sus miembros. El mismo Rockefeller propuso en 1952, durante una inauguración, que ofrecieran mate para agasajar al artista, pero a la estadounidense: cada uno con su mate y su bombilla. En ese país realizó 180 óleos para almanaques, exposiciones y publicidades.
También se lo comparó con Walt Disney, del que fue asesor y amigo. Fue el technical advisor (consejero técnico) de El gaucho reidor, El burrito volador y de Goofy se hace gaucho. Tras esas versiones libres de la tradición gauchesca, volvió al país. Como decía: “Uno siempre pinta su autorretrato”.
María Paula Zacharías
Pared importante
  • La obra de Molina Campos entró en la Casa Rosada durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear, cuando compró un Molina Campos en una de sus primeras muestras en la Rural. Después, Agustín P. Justo tuvo el suyo. Más cerca en el tiempo, desde 1990, Ignacio Gutiérrez Zaldívar se encarga de que en el despacho presidencial nunca falte un Molina Campos. “Ahora está colgado El Lechero. Antes, estuvo Calentando el horno”, apunta.
Publicada en La Nación, Ultima Página,  11 de agosto de 2004.

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