domingo, 1 de septiembre de 2013

Karina El Azem

Texto: María Paula Zacharías

Tiene aspecto de muñeca de porcelana, siempre femenina en sus vestidos retro, su melena cobriza ordenada, la piel marfil y los gestos suaves. Pero en su taller de artista, en un edificio de época de Barrio Norte, no hay pinceles ni pomos de color pastel. Karina El Azem manipula municiones de diferentes calibres que distingue tan bien como un fanático del Club del Rifle –aunque, en realidad, ella sea todo lo contrario–. Borda cuadros con balas o con mostacillas, lo mismo le da, para hablar en contra de la violencia, reflexionar sobre la ornamentación, revisitar ídolos populares y señalar injusticias. Ahora, incluso, está pintando con su propia sangre.
Esta inquietante barbie bélica es también una mujer que ha pasado por las etapas de la vida de muchas profesionales: viajes por el mundo en residencias artísticas, premios, exposiciones, un pasado de bohemia y mucho champagne de vernissage. Y de aquellas burbujas pasó a agitar mamaderas y a esporádicas apariciones en revistas de farándula, porque se casó con el multifacético Roberto Pettinato y formó una familia, con sus hijos Lorenzo (3 años) y Esmeralda (1), que le quitaron el sueño y las ganas de trasnochar. Cuando la conoció, Pettinato la llamó “la Nicole Kidman argentina”. También, claro, le fascinó su raro mundo. Él y sus hijos mayores la apodan... Mauser.
Con sus labios rojos disimula cierta timidez y recorre armerías buscando materias primas. Delito, Orden y Ornamento es una serie de frisos de balines de aire comprimido con la estética de la señalética pública: son pictogramas de policías golpeando manifestantes, mujeres empuñando cacerolas o los polirrollers, aquellos inefables uniformados entrenados por una campeona nacional de patín para prevenir el delito en la ciudad de Mar del Plata en 2004. Le divierten esas rarezas del mundo policial. Con seriedad, aborda temas espinosos, como las guerras de Malvinas y del Golfo: “Malvinas sigue siendo un tabú muy raramente tocado por el arte, y es donde la actitud argentina de suprimir e ignorar la realidad encuentra una de sus formas más evidentes”, apunta. Sobre fotografías de aquella guerra superpuso grillas de cápsulas de Fal o 9 milímetros, algunas disparadas en la contienda. Para reconocer las escenas hay que estar a un mínimo de tres metros; la trama de balas, en cambio, se distingue de cerca.

Parecen candorosos sus paisajes con escenas bucólicas de montaña, ciervos y osos en el follaje. Pero no lo son. “Están tomadas de la pletina de diferentes rifles. Los cazadores conocen el arte del grabado en armas y reconocen autores y motivos de culto. Estos paisajes irregulares están reproducidos en acrílico y sus marcos contienen municiones número 7”, detalla. De violencia más explícita es la serie Mapa de robos, piezas de acrílico enmarcadas en perlas de plástico, con el sistema de signos que usaban los ladrones para marcar casas: está dispuesta para robar, están de vacaciones, viven mujeres, acá hay inválidos, casa ya robada. “Son 19 señales que la policía había descifrado y le daban este papel a encargados de edificios y negocios. Una cosa medio demagógica, porque los ladrones ya no las deben usar hace años”, cuenta.
¿Por qué eligió trabajar con municiones?Cuando se piensa en un artista plástico, tradicionalmente se nos viene a la cabeza el cuadro al óleo, acrílico o acuarela. Los pintores encuentran en esa materialidad su medio de expresión, que se manifiesta en el devenir del trabajo. Yo, en parte supongo que por una cuestión generacional, de formación y de interés, tengo una manera de trabajar que se entronca en las corrientes neoconceptuales. Es decir, parto de una idea y el material es funcional a ese concepto que quiero comunicar. De esta manera aparecieron las municiones, con la carga de sentido que conllevan. Me encantaría pintar y siempre me ronda la idea, pero las cosas que se me ocurren van por otro lado.
Más por el lado de la violencia...Hay algo recurrente en esto del hombre como hacedor de violencia. Me parece ésta una sociedad particularmente agresiva. En este momento, el patrón es más íntimo, familiar. Pero, a la vez, en nuestra historia siempre hay como una violencia de Estado que propicia las demás. Por ejemplo: veía en la televisión el aniversario del 2001 y los informes eran sobre “ese año en el que la gente tuvo hambre y salió a robar y comer en los supermercados” ¿Somos tan ingenuos, tan reduccionistas, con este cuento tan elemental? No se habla de la clara orquestación política de entonces ni de que el hambre sigue estando presente hoy.
Encarna una dicotomía entre su apariencia femenina y delicada y el contenido tan masculino y bélico de algunas de sus obras.
¿Cómo analiza esa paradoja?Patricia Rizzo escribió un texto para el libro que publiqué en 2008 que se titula, justamente, El inquietante armamento de lo bello, en el que analiza “un notorio hilo conductor enfocado en la realización de piezas seductoras y atractivas que utilizan esa atracción como elemento movilizador, es decir, como una línea disparadora de sentidos”. Creo que ahí se dirime esa dicotomía: tomo lo perturbador, lo violento y necesito hacer objetos bellos que a mí me hacen más llevadero lidiar con aquello.
¿En qué está trabajando ahora?En una serie que partió de una nota de El País, sobre una organización en Estados Unidos que se dedica a hacer análisis de ADN para excarcelar inocentes, The Innocence Project. Cuando empecé la serie eran 23, pero ahora ya liberaron a más de 200 latinos, negros y marginales que pasaron 10 a 15 años presos por crímenes que no cometieron. Por eso pinté los retratos con sangre, para después fotografiarlos con luminol, al estilo CSI (N. de la R.: Crime Scene Investigation, serie televisiva estadounidense protagonizada por científicos forenses). Pero la técnica significó toda una investigación: el luminol es un líquido que produce un efecto de luminiscencia donde hubo sangre. Me ayudó un amigo que es fotógrafo forense, aunque acá no es muy frecuente utilizarlo, porque es muy caro. Hice un montón de intentos, probé hacerlo con sangre de vaca y no funcionó. Al final, fui a un laboratorio y me saqué sangre para pintar los 23 retratos, rociarlos con luminol y después fotografiarlos.
Que fueran hechos con su propia sangre los cargó de sentido...Totalmente. Eugenio Cuttica, también artista, me decía eso: qué notable que ahora que soy madre apareció el tema de la identidad. Cosa que Lorenzo y Esmeralda no necesitan, porque ¡son exactamente iguales al padre!

Mandato ancestral
Antes, mucho antes, El Azem era una alumna del Nacional de Adrogué que pensaba estudiar periodismo y tener a la pintura como actividad recreativa. “Desde los 8 años iba a talleres. Cerca de terminar el secundario decidí seguir Bellas Artes. Fue algo muy evidente, una vocación muy fuerte. De la Prilidiano Pueyrredón, lo que más me sirvieron fueron las materias teóricas. Porque los talleres eran muy a la antigua: años copiando al esclavo de Miguel Ángel. Estaba muy desfasado del mundo real. Fue un shock ir a las galerías y ver lo que estaba pasando. Al principio me costaba entender el arte contemporáneo. Empecé a ir al taller de Mónica Girón y fue maravilloso. Durante varios años hacíamos clínica de obra, leíamos artículos de afuera”, recuerda.
Con una obra netamente contemporánea, El Azem puede ponerse muy obse y encarnar el sentido del orden inherente a la especie humana. En una serie, por ejemplo, recrea naturalezas muertas de la historia de la pintura en mostacillas. Georges Braque, Pablo Picasso, Diego Rivera y Juan Gris descompuestos con paciencia oriental en miles y miles de cuentas de colores pop. Durante un año, se dedicó a construir una maqueta del interior de un monoambiente. Copió empapelados, muebles de algarrobo y todo el folclore deco de la clase media. Algo de su departamento de soltera; otro poco prestado, como la biblioteca del crítico Julio Sánchez. La obra fue comprada por Amalia Lacroze de Fortabat en la feria Arco de Madrid. “Acá está todo lo que uno necesita para vivir, me dijo”, evoca. Y todavía se ríe a carcajadas.
También retrató íconos populares, como Ceferino Namuncurá, el escudo nacional o Juan y Eva Perón, tanto en mostacillas y municiones como en esa pintura que vira del celeste al rosa según el estado del tiempo.
Estaba en Italia cuando cayó en sus manos una estampita del Gauchito Gil. “Es el Dios argentino que siempre quisimos tener. Decidí hacer un mural al estilo bizantino, tamaño real, con mostacillas de vidrio. No tardó en concederme deseos. Nunca dejé de buscar información sobre él, de creer, de pedirle, de agradecerle. Y de recomendarlo”, cuenta. Y después llegó una larga serie sobre el arte ornamental universal. “Mi apellido es sirio. Al ver mi trabajo pienso que esta proclividad tiene que ver con cierta influencia ancestral inconsciente”.
¿Cuándo dejó de pintar?Ni bien salí de la escuela. En el taller de Girón empecé con las maquetas de casas de los suburbios y lo que la gente muestra o quiere contar con ella: ponen mármol, azulejos árabes, un león de yeso igual que en los templos egipcios. Hay motivos que no pierden su fuerza de generación en generación. Hice el procedimiento inverso al proyecto de la gran arquitectura: maquetas a posteriori de casas que no tienen ni plano. Se ven cosas maravillosas en el conurbano: rejas que son pentagramas, murales religiosos, cosas de una ternura...
Y empezó su interés por la ornamentación.
De ahí salió la serie que amplía un elemento decorativo para trabajarlo aparte, en la búsqueda de formas universales, con una serie que abarcaba el espacio de manera particular: diseños para ángulos, techos, pisos.
De completaban con la arquitectura. Pero con un elemento artesanal, porque los armaba con mostacillas, sumado a la reproducción en masa que supone su multiplicación digitalizada. Las mostacillas también, como la idea de lo pobre en relación al ornamento, el encandilamiento del brillo barato, con una carga de trabajo femenino y laborioso a la vez. Me sirvió mucho La gramática del ornamento, de Owen Jones (1809-1868). Muy novedoso su interés por algo que siempre fue menospreciado. El historiador Ernest Gombrich decía que el elemento ornamental tiene la función de la resistencia al cambio del ser humano. Ayuda a perpetuar el presente. Muchísimos elementos en la decoración tienen un origen muy ancestral y recurrente.
Siempre destaca que le interesa la influencia de las artes ornamentales en el desarrollo del arte abstracto del siglo XX.El arte decorativo nació muchos siglos antes que el arte de representación y, mediante el ritmo, la simetría y el patrón, se comunicaron miradas morales, sociales y religiosas. La estética funcionalista retomó un largo debate en torno al ornamento como artificio, pero hoy reconocemos a estas manifestaciones con su propia justificación y referencialidad. Hay motivos formales que son descubiertos como aptos para encajar en determinadas disposiciones psicológicas que no habían sido satisfechas antes. Estos son creadores de hábito. Por eso, los azulejos de una casa en Boedo pueden ser asombrosamente parecidos a los que podemos ver en la Alhambra, o la famosa jarra de pingüino –que, por una vuelta de kitsch nostálgico, se vuelve a vender en las tiendas de Palermo– se usó en las culturas precolombinas y aborígenes de Nueva Guinea. Hay motivos que vienen de los antiguos griegos, romanos o egipcios; formas sobre las que volvemos una y otra vez, son comprensibles y están asimiladas.
La fotografía aparece siempre como intermediaria entre su trabajo manual y la obra final.La fotografía o la impresión digital son una parte central del proceso de la construcción de la obra, porque intento generar una tensión entre lo artesanal contrapuesto o complementado con la reproducción masiva. Una tensión entre lo falso y lo real. El engaño fundacional de los espejitos de colores a cambio del oro. Apareció cuando empecé esta serie de obras que intervenían el espacio arquitectónico y sus accidentes. Eran obras que sugerían la idea de poder continuar, como siguiendo esa noción del arte islámico del amor infinito. La textura del bordado se reproducía tratando de generar una confusión entre el objeto de cuentas y su fotografía. Estas obras son del año ‘97, cuando se instaló la reproducción digital como una posibilidad, pero unos años antes ya buscaba producir ese efecto con resultados muy fallidos. Me recuerdo insistiendo en el Taller 4, de la Avenida Alem y ese tipo de imprentas gráficas, que trabajaban en pequeños formatos. Ahí empecé con unos collages que retocaba pintando.
Otras veces, la fotografía es la obra en sí.Hace dos veranos encaré una serie de fotos en la Costanera Norte, donde se baña la gente como si fuera una playa normal, cuando hace más de 40 años que está prohibido. Me acompañó un guardaespaldas que le habían puesto a Roberto para salir del canal, y él estaba más espantado que yo. Lo vi en el noticiero y fui a hacer fotos. Después las arrugué, como si estuvieran sacadas de la basura.

Cambio de hábito
En otra época, Karina El Azem viajaba mucho, tenía horas y horas para trabajar en su taller y después disfrutaba de ser parte del círculo arty porteño. Con su anterior pareja, el renombrado y fallecido artista Luis Fernando Bennedit, asistían a cada vernissage que hubiese en Buenos Aires. “Pablo Suárez tenía la casa abierta a los artistas, en la calle Reconquista, en ese triángulo donde pasaba todo. Siempre había gente y charlas, íbamos a comer a El Navegante, Los Chilenos”, recuerda. El cambio de vida es rotundo. “Este año fue más de computadora, de terminar proyectos inconclusos, desarrollar bocetos. Fue un año dedicado a Esmeralda, y a cuidar a Lorenzo, que está bastante celoso. Si lo podés hacer, es tan lindo... ¡Porque pasa tan rápido!”, reflexiona. En febrero, la familia completa viaja a México, para que ella participe en la muestra del festival Arte Careyes. Llevará un cuadro con el que Pettinato ploteó su auto, una composición abstracta de mostacillas –antes lo había revestido con balas 9 milímetros, otra obra suya–, entre otras piezas. “Será un sumergirme en el arte”, cuenta. A la vuelta, el resto del año estará dedicado a organizar una muestra en el Centro Cultural Recoleta, con su obra más reciente.
Ya no se la ve tan seguido en los openings...La verdad es que ese es el horario de bañar, dar de comer y dormir a los chicos. ¡Es la hora crítica! Pero también, cuando voy, me da la sensación de que lo desconocido genera cierto rechazo o prejuicio. Ronda esa idea del mundo de la farándula, que está muy alejada de mí y de Roberto también. Los escritores, músicos o cineastas contemporáneos no están muy presentes en los openings de arte. No hay mucho feedback entre mundos que podrían generar relaciones muy nutritivas.
¿Cambió la relación con sus colegas?Por supuesto. No toda la gente reacciona igual. La mayoría de las veces es con la curiosidad que tendríamos todos: “Me entero de tu vida por las revistas, ¡tuviste otro hijo!”. Es gracioso. Lo que me llama la atención es que varias veces sentí un juicio muy crítico: “Tenés que dejar de salir en las revistas”. Como si ese hecho me devaluara. Y me llama la atención sobre todo porque sólo soy una acompañante en las revistas del corazón. Es algo irrelevante. Y no veo por qué sería malo en sí mismo.

El Cronista, Clase Ejecutiva

09-02-12 11:49 Perlas o mostacillas. Balas 9 milímetros o gotas de su propia sangre. Con su técnica de composición con unidades mínimas, Karina El Azem plasma su visión de la violencia.


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